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miércoles, 18 de mayo de 2011

Monólogos de vos I

Y aquí estas, puyándome los ojos desde atrás de la cabeza con tu recuerdo.   
Cuando dije que me dabas dolor de cabeza lo dije en serio. 

 
Me acaba de golpear, no sos real ¿verdad?   
Nada es real por ahora.  

Lo que creo oír de vos son solo ecos de lo que deseo escuchar.  Obviamente lo que perciben mis ojos haraganes 
son solamente curiosos espejismos 
que me llevan al pasado y a lo que ahí se quedó.


Una voz que viene de donde guardo mis traumas 
me grita fúrica que ya la cosa llegó muy lejos, 
que el dolor no tardará en regresar, 
que solo tenés el turno nocturno en mi vida 
y que no te apetece estar tiempo completo.   


Otra me dice calmada y hasta indolente que no importa “¿Igual, quién quiere más equipaje para un viaje tan corto?”

No respondo.  No estoy convencida.


Una tercera me dice con tono pretencioso de sabelotodo
“Las puertas del averno recitan que Lo último que se pierde es la esperanza…”.


“¡Vos, sho hombre!” Interrumpe la última, y se dirige hacia mí.   

“¡Juro que detesto a esa estúpida presumida!” Dice con la sonrisa ladeada tatuada en las palabras.    

“Si querés, dale.  ¿A qué le tenés miedo?  No hay nada que te impida ser feliz equivocándote  ¡Y si no se pudo pues no se pudo y ya!”



 ¿A quién debería prestarle atención si todos los argumentos son certeros gracias a la duda?
  
Y luego las voces resuenan, 
se multiplican y resoplan caóticamente emotivas 
nublando el pedacito de alma que te regalé
y que dejaste perdido en aquella casa de espantos.

Y detrás de una de esas puertas de carnaval 
entre girones de plástico negro 
que decoran pérfidamente los fantasmas del pasado 
hay una ventana que deja ver la silueta de ella,
sentada frente a un viejo sauce de esos que lloran cuando llueve; 
esa, la que se enamoró de vos, la que te dio por sentado y se arrepintió.


“¿Y volver de nuevo a eso?  ¿Purgar mil veces más el mismo error? …No, amor, no gracias.  Ya estoy cansada”


Me sacude un escalofrío de decepción que recorre la espina
transformándome la piel en desplumada ave,
y  le cierro la ventana en la cara a la jovencita que se quedó 
esperándote en aquella banca improvisada de ladrillos.

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